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La crisis del ladrillo y el fin de la ilusión

La economía española se ha despertado de un sueño y ha resultado que, cuando despertó, el espectacular crecimiento del PIB de la última década ya no estaba allí. Algunos lo llaman desaceleración y otros crisis, pero el nombre no tiene verdadera importancia. Lo relevante es el hecho que desencadena este frenazo, el fin de la edad de oro del mercado inmobiliario español durante la cual las casas se vendían sobre plano, y también el conjunto de circunstancias agravantes. Entre éstas últimas, cabe destacar la crisis financiera internacional derivada del pánico a las hipotecas «subprime» en EEUU, pero también la ineficaz política económica de los tres últimos gobiernos de España en lo referente a reequilibrar nuestra economía. Solo muy recientemente se ha impuesto el criterio de incentivar el crecimiento de la productividad por medio del desarrollo de sectores más competitivos, en vez de jugárnoslo todo a la carta de la construcción y el consumo interno. Ante el agotamiento de este modelo, las críticas que algunos ya formulábamos hace años adquieren otro significado. Y es que no hay más que echar un ojo a las luces de alarma que vienen encendiéndose en la economía española al menos desde 2002, cuando el incremento del precio de la vivienda se acercaba al 20% anual, para evitar la sorpresa ante la aparente rapidez con que se está poniendo fin a la burbuja inmobiliaria.

El sueño del que hemos despertado puede convertirse en la peor pesadilla, pero no es fácil prever el alcance que tendrá el llamado «ajuste» de la construcción. La reconversión del sector lo mismo puede concretarse en un periodo corto de sequía de nuevas construcciones, hasta el vaciado del stock de viviendas existente, o en el caso extremo en una crisis de precios tan prolongada como la de Japón. Hemos terminado un banquete que proporcionará una segura indigestión del ladrillo, pero también es cierto que el crecimiento puede mantenerse en niveles decentes con el impulso de otros sectores. La revalorización infinita de la vivienda ha quebrado, y con ella los ilusos pronósticos de quienes no vieron en la burbuja inmobiliaria la semilla de su destrucción. El crecimiento sin límites de la construcción, con la inversión en ladrillo por bandera, no podía sostenerse sin considerar que tarde o temprano llegaría un final de ciclo. El papel del sistema bancario en el auge del sector inmobiliario ha sido tan relevante como el jugado en su caída. El sector financiero ha pasado en poco tiempo de promocionar cualquier proyecto urbanizador a mirar con lupa hasta la última hipoteca concedida. La indigestión pondrá contra las cuerdas el negocio de muchos, pero no hay nada más saludable que el sistema económico purgue sus excesos. En este caso, terminando con la ilusión que alimentó un precio de la vivienda sobrevalorado durante una década de burbuja inmobiliaria.