La mentira es una característica esencial del comportamiento humano, y se diría que lo es de manera muy especial en las relaciones profesionales y de negocios. En el mundo laboral hay ejemplos a cada paso, desde el currículum y la entrevista de trabajo, hasta la promoción interna y las política de motivación. La organización y los individuos tratan continuamente de engañarse mutuamente.
El sector financiero ha vivido en las últimas décadas experiencias de toda naturaleza en cuanto a engaños masivos. Los trileros han compartido en la plaza pública el mismo lugar que los banqueros y los prestamistas. Inversiones seguras que no son tal, productos financieros complejos que ocultan su verdadera naturaleza, cuentas maquilladas para negar un estado de quiebra. Desde Lehman Brothers hasta Gowex, hemos visto germinar todos los ingredientes para una descomunal crisis de confianza.
Pero algunos de los bancos y de las empresas que han participado en estafas o fraudes ahí siguen. Como alguien dijo hace años, al estallar la crisis y ver cómo entraba en una cárcel de Nueva York en diciembre de 2008 el autor de la mayor estafa piramidal a inversores, Bernard Madoff, presenciábamos el primer correctivo de esta crisis por defraudar. Y probablemente el único que veríamos por estas acciones. Un delito de segunda categoría en un mundo que elogia la mentira como arma de seducción.