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Los sentidos

La celebración de la Semana Santa puede ser motivo para debatir sobre el arraigo de la religión en nuestra cultura y el papel de las creencias en una sociedad laica. Pero muchos de quienes se adentran en esa discusión no tienen en cuenta que, al menos en Andalucía, la fiesta es un fenómeno cultural y social que no tiene una correspondencia exacta con la religión. La Semana Santa andaluza es lo que se llama religiosidad popular, es fruto de un desarrollo identitario que pone la celebración de procesiones como excusa para vivir la ciudad o el pueblo en la calle durante el inicio de la primavera. La devoción es un núcleo esencial de la fiesta. Sin embargo, tanto creyentes como no creyentes forman parte de los sectores sociales que respaldan el disfrute de una festividad que hace propia una mayoría que se identifica con la forma de expresarse como colectivo representada por las hermandades y cofradías. Es la fiesta de los sentidos y así es ofrecida a los visitantes. Es la fiesta de la memoria, al menos como la viven muchos andaluces que reviven, año tras año, los rituales que marcaron su identidad desde la infancia.

Un andaluz universal fue el autor de los versos que más afinadamente reflejan el contraste entre el tambor y el silencio, el fervor y el recogimiento, en unas mismas calles. Vivido por personas con diferentes formas de ser, diferentes formas de creer, que ponen el alma en recrear un momento vivido y gozado durante años con los mismos ingredientes que empaparán los sentidos: música, gestos, aromas, movimientos, colores que recogen la luz o la oscuridad del momento del día. El momento de la luna llena sobre la ciudad que recrea Cernuda le lleva a su infancia, la que recuerda desde su exilio mexicano, tantos años después de dejar Sevilla. En la memoria de esta fiesta, vivida con pasión y no solo con devoción, residen las imágenes de etapas pasadas de la vida y del aprendizaje de los sentidos. La belleza idealizada de los sentimientos que se representan es fruto de ese recuerdo macerado con el tiempo: la entrega, el amor, el duelo. Y la representación efímera une a las personas a unas calles, a un barrio, que forman parte de su identidad. La memoria y los sentidos que se fusionan en una vivencia que se repite año tras año. Con la primera luna llena de la primavera.