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El cambio

Fotograma de «Mi querida España» (Mercedes Moncada, 2015)

La cercanía de las elecciones revive el debate sobre el rumbo de España. Durante la Transición se construyó un relato sobre la capacidad de una nueva generación de españoles para entenderse y dejar atrás etapas de división insalvable. La concordia fue el bálsamo que permitió que el país entrara en una época de modernización notable. El desarrollo democrático de España avanzó a pasos agigantados hasta converger con otros países europeos que no vivieron cuarenta años de dictadura y que, por tanto, dispusieron de más tiempo para recorrer el mismo camino. La consolidación del relato de la Constitución de 1978 ha hecho que, como prueba de que la generación que protagonizó aquella etapa está dejando paso a los que crecieron y vivieron en la España democrática, aparezca una crítica a la denominada Cultura de la Transición que, en el altar del pacto entre españoles, ha sacrificado la calidad democrática del sistema. ¿La crítica presupone que el país, para avanzar, debe pasar por una segunda transición? Reforma o ruptura es un debate antiguo que nunca dejó de estar vigente. El sistema de partidos, la monarquía, la prensa o la banca son los pilares sobre los que se proyectan tanto la defensa como la demolición de un determinado status quo. Proceso constituyente y reforma son palabras habituales en los últimos tiempos. También podría serlo gradualismo.

Es gradual la evolución que ha vivido la sociedad española desde que dejó atrás la mordaza del autoritarismo hasta que ha sabido incorporar a su ADN la cultura democrática. Un retrato muy singular de este cambio de las últimas décadas queda reflejado en las entrevistas de Jesús Quintero que sirven para tejer el documental «Mi querida España». La obra de la realizadora Mercedes Moncada se compone de testimonios de personajes de lo más variopinto, los cuales muestran el cambio y también la permanencia en la sociedad de elementos enraizados que casi son síntomas de una enfermedad crónica. Vemos en entrevistas de 1988 el abuso de los bancos, la dudosa aconfesionalidad de las instituciones del Estado o la intolerancia hacia el diferente. El cura Diamantino García rememora en una entrevista de hace 25 años cómo los católicos capataces, de orden de los no menos católicos señoritos, trataban a los jornaleros del campo. Injusticias de décadas que no se esfuman de un día a otro. Y en entrevistas de los años 80 se comprueba la pervivencia de creencias de todo pelaje: en las apariciones marianas, en los fenómenos paranormales, en las sectas y su sobrenatural negocio.

Las entrevistas de Quintero a presos crearon un nuevo género narrativo. El micrófono capta un testimonio que nos resulta imposible de digerir en la actualidad. La justificación de la violencia en las palabras de un asesino de una mujer, que encontraba perfectamente explicable haberla matado. Un razonamiento que nos sumerge en un túnel del tiempo en el que una cultura machista incuestionada durante siglos ha estado imponiendo su autoridad sobre la mitad de la población. Y hay testimonios en las entrevistas de Quintero que podrían ser replicados fácilmente por otras personas en casi cualquier época, como el de Gunilla Von Bismarck cuando dice que España es un país que va muy bien. «Pero hay gente que no tiene dinero», le cuestiona Quintero. «¿Y qué hacemos?». Pues soltar un poquito, es la sugerencia del entrevistador. Pero la aristócrata lo tiene claro: no sirve de nada, porque la gente se lo gasta en los bares. «Y trabajo hay para el que quiere». Un retrato de «Mi querida España» que no caduca. Hay frases que siguen sonando igual pasados los años. Y todo sirve para darnos una idea de que, amén de cambios muy sustanciales que hicieron que a este país no lo conozca «ni la madre que lo parió», esta sociedad sigue falta de un viraje que, en pocas palabras, deje atrás la superchería y abrace el conocimiento. Un cambio de fondo que indica un camino largo pero imprescindible para que, alguna vez, el país despegue.