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Gitanos en Europa (y II)

Las posibilidades reales de mejorar la convivencia entre los gitanos y el resto de la sociedad se topan con diversos obstáculos. Uno es la barrera mental de quienes recriminan a los gitanos que si no se integran es porque no quieren y ven en lo cultural un defecto insalvable para que una familia gitana que vive en una chabola se incorpore a la sociedad como ciudadanos ‘normales’. En España, desde la pragmática de los Reyes Católicos imperó la idea de la persecución a los gitanos como extranjeros y se les marginó históricamente por permanecer ajenos a la cultura del país. La discriminación es hoy menor, pero persiste. Otro de los obstáculos tiene que ver con la propia concepción de la convivencia. Es absurdo el mismo enunciado anterior: «entre los gitanos y el resto de la sociedad». Los gitanos no constituyen una comunidad homogénea; las diferencias socioeconómicas dentro del grupo social son evidentes. Del mismo modo que el resto de la sociedad no es un conjunto que podamos denominar ‘payos’ de la forma tradicional; hay diversidad de orígenes, de culturas y de identidades. Se corre el riesgo de pasar irremediablemente de un modelo social uniformador, en el que prima la ‘pureza’ cultural en torno a una reglas estrictas de comportamiento colectivo, a un modelo de ‘convivencia’ en el que todos tienen un sitio en la sociedad a condición de aceptar la segregación. Una sociedad segregada donde la tolerancia opera a través del gueto y la no contaminación de culturas que permite vivir a cada cual en un lugar con el mínimo roce con los demás para evitar ‘choques culturales’.

La convivencia no puede darse entre entes nunca bien definidos que llamamos ‘culturas’; la convivencia debe producirse entre ciudadanos libres que respetan la particularidad cultural tanto como el sustrato cultural compartido. Los gitanos han sido históricamente y de forma predominante pobladores de las ciudades, no del campo. El medio urbano está ideado para propiciar una sociedad abierta, aunque conocemos bien los casos de segregación que convierten las ciudades en sitios imposibles para la convivencia. Un rasgo habitual de la ciudad europea es el suburbio, que en muchos sitios incluye barrios de chabolas donde habitan gitanos. La inmigración llega también a las áreas de crecimiento urbano en los márgenes de la ciudad. Los gitanos ya ocupaban ese lugar en la jerarquía de las zonas urbanas antes de que llegaran inmigrantes desde más lejos: hay poblados chabolistas que tienen diez, veinte o treinta años de antigüedad. Es una parte del estereotipo: el pueblo gitano y la marginalidad, indisolublemente unidos. Incluso se dice que los gitanos que salen de ciertos barrios y se ‘integran’ en la sociedad dejan de ‘parecer’ gitanos. Pero ya va siendo hora de abordar la duda que muchos se plantean: ¿no será más clasismo, en vez de racismo, lo que existe en la sociedad? Se disfraza habitualmente de problema cultural lo que no es sino una situación de pobreza y exclusión social. Entre gitanos y payos se habla bastante de buscar vías para la convivencia cuando en realidad lo que hace falta es terminar con la marginación que sufren los gitanos pobres en las ciudades.

La UE tiene un interés especial en los gitanos y la razón va más allá de su importancia cuantitativa: doce millones que viven en todo el continente. El interés nace del problema de la desigualdad, y se ve perfectamente con la ampliación al Este: los gitanos son, en su mayoría, los marginados en las sociedades más pobres que se incorporan a la Unión. Acabar con la pobreza para cohesionar Europa es el objetivo, puesto que el pueblo gitano no constituye preocupación alguna sólo por aspectos culturales. El problema es una cuestión social: la exclusión insoportable de una parte importante de la población en países con graves problemas económicos. Mantener a los gitanos en la más absoluta marginalidad ha sido una constante que, en términos políticos, se ha mantenido incluso en los Balcanes, donde eran ignorados como pueblo en la resolución de los conflictos de la región. Pero el pueblo gitano es parte de Europa desde siempre, una de las naciones europeas que, sin embargo, no aspira a tener un Estado. Respondía Günter Grass a si existe vida fuera del Estado: «Sí, los gitanos. Fíjese: viven en todos los países de Europa, no miran fronteras, no quieren un Estado, y han contribuido mucho a nuestra cultura. ¡Los gitanos son los verdaderos europeos! Tenemos mucho que aprender de los gitanos. Son el alma de Europa». Y, ciertamente, si alguien puede revindicar la condición de ciudadanos europeos, ésos son los gitanos. Necesitarían, como bien piden, un pasaporte europeo que representara su identidad como gitanos de Europa, quienes serían en realidad los únicos ‘sólo europeos’.