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Los gerentes y el crecimiento empresarial

Una de las claves interpretativas de la evolución del capitalismo más útiles es la referida a las estructuras organizativas de las empresas dominantes en cada época. Hay economistas que hablan de tres modelos diferenciados en los últimos 150 años, de la empresa tradicional del siglo XIX a las organizaciones basadas en la colaboración que se desarrollaron, principalmente en Japón, a partir de 1970. En el centro de esta evolución se sitúa el tipo de empresa que se ha convertido en símbolo del siglo XX. Se trata del modelo multidivisional, en terminología que alude a la organización de las grandes empresas formadas por divisiones al frente de las cuales se coloca a un plantel de directivos. La centralización de los trabajadores en la fábrica y el uso de maquinaria a gran escala son dos de las características que marcan el desarrollo de la empresa moderna en el primer tercio del siglo pasado. El triunfo definitivo de este modelo en los países industrializados se produce tras la segunda guerra mundial. A partir de entonces se habla de la época del capitalismo ‘gerencial’, en contraposición con el capitalismo ‘personal’ del siglo XIX. La consolidación de la empresa dirigida por gerentes que se inicia en EEUU a partir de 1920 no conlleva, sin embargo, la desaparición del tradicional modelo de empresa familiar. De hecho, ambos modelos conviven durante décadas sin que pudiera determinarse cuál de los dos se encaminaba hacia el éxito.

Es común afirmar la superioridad del capitalismo basado en la empresa moderna con los datos de la expansión que vivieron países como EEUU y Alemania, que contrastan con la evolución del capitalismo francés, donde pervivían formas organizativas familiares. La estructura más compleja de la primera facilitaba la adaptación a los cambios y contribuyó decisivamente al aprovechamiento de las economías de escala. La característica fundamental del modelo de empresa que llamamos moderno es la sustitución del propietario por directivos profesionales, que forman equipos y asumen la responsabilidad de las correspondientes divisiones de la organización. Otros directivos se encargan de coordinar a éstos y de diseñar la estrategia de la empresa. Esta separación de la propiedad y el control ha sido estudiada por la teoría de la agencia, en tanto puede suponer un problema de información asimétrica. Resumidamente, esta teoría explica el efecto de los diferentes niveles de información que poseen el agente (el directivo) y el principal (los accionistas). En el caso de una empresa, el agente puede conocer la función de beneficio y el nivel de esfuerzo necesario para llegar al óptimo, mientras que el principal sólo conoce el resultado (beneficio) producido según las circunstancias. Cuando persiguen objetivos diferentes los directivos y los accionistas, éstos tienen que encontrar un sistema de incentivos adecuado para que el comportamiento de los primeros no ponga en riesgo la maximización del beneficio.

Este problema del agente-principal provoca una distorsión en el mercado de gerentes. Sin embargo, se puede asegurar que la evolución del capitalismo no sería la misma sin el papel que asumieron los directivos profesionales, aun a costa de los intereses inmediatos de los propietarios de las empresas. Como ha establecido el historiador económico Alfred Chandler, en la primera etapa del capitalismo ‘gerencial’ los directivos llevaron las estrategias empresariales hacia el campo de la inversión y el crecimiento antes que al reparto apresurado de dividendos que interesaba a los accionistas. A partir de una apuesta clara por el riesgo, se alcanza el auge de las grandes empresas dirigidas por gerentes. Una expansión que se basa en el aprovechamiento de nuevas oportunidades de negocio y en la ampliación de las economías de escala. La cara de esta empresa moderna se contrapone a la cruz del modelo agente-principal. Cuando el comportamiento de los directivos no se somete a una ética corporativa, su búsqueda del máximo crecimiento del tamaño de la empresa no sólo no beneficia a la economía sino que socava la confianza en este modelo de capitalismo. Así ocurrió en el ‘caso Enron’ con el engaño de la contabilidad creativa. Los accionistas sufrieron las consecuencias negativas de un modelo empresarial en el que unos pocos administradores tienen el poder para tomar tanto las mejores como las peores decisiones.